Hay un ratón que vive en la cocina de la casa en donde vivo. La casa no es mía, la cocina tampoco. No me siento con la autoridad suficiente para pedirle que se vaya, vamos, incluso me da pena que mi presencia lo incomode. Está claro que no le interesa tener una relación conmigo. Cada que sale de su escondite y pasa por la sala, yo intento ser agradable, lo saludo pero él sigue su camino sin si quiera voltear a verme. De vez en cuando hago alguna broma o comento qué tal anda el clima, pero él corre a esconderse como si fuera yo el más terrible de los monstruos. No soporto esta situación ni un minuto más. Planeo confrontarlo, preguntar cuál es el problema. Quizá no le parezco lista o simpática, quiero saber por qué se niega a contestar cuando le hablo, por qué jamás me hace compañía mientras veo la tele, siendo que sólo estamos él y yo en casa y bien podríamos compartir nuestra soledad.
Su indiferencia me ofende y me hiere, creo que esto ha llegado demasiado lejos. Alguno de los dos tendrá que irse: ya estoy haciendo las maletas.
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